2 de febrero de 2015

Beatos Francisco y Jacinta, amigos fuertes de Dios

Beatos Francisco y Jacinta

En Aljustrel, un pequeño pueblo situado a unos ochocientos metros de Fátima, Portugal, nacieron los pastorcitos que vieron a la Virgen María: Francisco y Jacinta.

Francisco nació en 1908 y Jacinta en 1910. Desde muy temprana edad, aprendieron a cuidarse de las malas relaciones, y por tanto preferían la compañía de Lucía, prima de ellos, quien les hablaba de Jesús. Los tres pasaban el día juntos, cuidando de las ovejas, rezando y jugando.

Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en Cova de Iría. A partir de esta experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más inflamados por el amor de Dios, que llegaron a tener una sola aspiración: rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Virgen María. Si fue extraordinaria la medida del regalo que Dios les hizo, extraordinaria fue también la manera como ellos quisieron corresponder: no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas a hacer de sus vidas un anuncio, más con sus obras que con sus palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión.




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Sister María Leticia González-Solís, God's great friend

Sor María Leticia González-Solís

Leticia, joven burgalesa, nacida en 1977, tricampeona nacional de esgrima y seleccionada para los Juegos Olímpicos de Atlanta. Sus padres no solían ir a misa, pero procuraban que sus hijos acudieran a catequesis. “A los doce años dejé la parroquia; la misa la veía como un teatrillo”.

Bailarina hasta la madrugada, le gustaba salir con chicos y disfrutar de todo lo que se ponía por delante. Vestía de cuero, tachuelas en la cazadora y cinturones con hebilla. Su vida se debatía entre peleas, drogas y alcohol, satisfacciones momentáneas que no la llenaban.

Una amiga le habló de su visita a unas monjas de clausura, de la sorprendente felicidad de sus rostros, y Leticia se decidió comprobarlo por sí misma. “Eran felices sin tener nada, cuando yo no lo era teniéndolo todo”. 

Un día, bailando en la discoteca, se sintió indispuesta, salió a la calle y encontró una iglesia a la que entró. “Fue la primera vez que experimenté que allí dentro, existía algo, y era algo bueno, que me daba paz”. Leticia dejó la esgrima por unos “brazos amorosos”. “Se me cruzó Dios y ya nada se podía comparar”.

El éxito de Leticia crecía y le propusieron acudir a los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero lo rechazó. Pasado un tiempo, quiso vivir una experiencia con las dominicas de Lerma. “Allí sentí que un amor absoluto me llenaba. Me encontré con una Persona que me quería como era, con Dios”. Y pidió la entrada en el convento, donde ahora es la maestra de novicias..

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