Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.
A Ti celestial Princesa, Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco, en este día, alma vida y corazón.
Mírame con compasión, no me dejes,
Madre mía. Amén.
Entró, pues, y se quedó con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Amigo: ¿alguna vez has encontrado esa serenidad, esa paz?, ¿lo buscas? ¿Eres consciente de todo lo que hay a tu alrededor? ¡Tantas cosas buenas! y, a veces, tan mal utilizadas. Pero ahí es donde tienes que ver con quién te sientas a la mesa. No valen engaños, ni falsas promesas. Ahí te revelas. Quieres sinceridad, vida, alegría, esperanza..., eres joven. Él quiere bendecir tu pan, tu vida, y también ofrecerla; ofrecerla, sí, ofrecerla como la suya. Comparte su mesa, tu mesa.
María, la Inmaculada siempre joven, entiende de tus búsquedas, de tus silencios, de tus miradas. Entiende que te agotes de engaños, de falsedades. Entiende que te reveles. Y como te entiende, Ella quiere que te sientes a la mesa, que compartas el banquete. Ahí encontrarás lo que buscas, respuestas verdaderas... que comprometen.
Pisa fuerte y deja huella
Textos de Raúl Tinajero
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